Reflexión del P. Martín Gelabert Ballester O. P. sobre el miércoles de ceniza.
En la imposición de la ceniza, es posible utilizar dos fórmulas. La más moderna: “convertíos y creed en el evangelio”; y la más tradicional: “recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. A propósito de esta admonición ha escrito Pedro Laín Entralgo: “Siempre he considerado inadmisible la fórmula con que el Miércoles de Ceniza la imponen sobre la frente del creyente que la recibe: Polvo eres, y en polvo te has de convertir. No: ni ese creyente es polvo ni en polvo se convertirá cuando muera, porque nada menos que el mismo Dios quiso que fuese criatura hecha a su imagen y semejanza y, a través de Cristo, le prometió vida perdurable”
Estoy de acuerdo con Laín. Un hermoso verso de Quevedo pudiera ser una buena réplica a la fórmula litúrgica: “Polvo seré, más polvo enamorado”. Aunque estrictamente hablando quien se siente enamorado no puede ser polvo, sino sujeto activo del acto de amar. Este polvo, del que según el Génesis ha sido hecho el ser humano, este polvo de estrellas del que según la ciencia procedemos, es para el creyente un polvo modelado por el mejor artesano, tan bien modelado que tiene una capacidad receptiva. El barro que Dios trabaja tiene una nariz, puede respirar. La respiración es signo de vida. Dios insufla su aliento en la nariz y aparece un ser viviente, que tiene su propia autonomía, es sujeto de sus propias decisiones. Precisamente por eso puede ser polvo enamorado.
La imposición de la ceniza es un recordatorio de la condición frágil y mortal del ser humano. Pero no basta ese recordatorio para decir lo que “es” el ser humano. “Dios tomó polvo del suelo”, dice el Génesis. Tomó del suelo: separó, desprendió. Porque este polvo está destinado a no ser de este suelo, esta destinado a ser de Dios. Está destinado al amor y a la vida. Es polvo enamorado porque previamente ha sido polvo modelado, transformado, llenado de espíritu y amado.