El viernes 27 de septiembre celebramos la solemnidad de San Vicente de Paúl. Fundador con sta. Luisa de Marillac de la compañía de las Hijas de la Caridad, que cuentan con cien años de presencia fecunda en nuestra parroquia de Sobradiel, donde con sus palabras y sobre todo, con su testimonio han sabido plasmar en nuestro pueblo el carisma vicenciano. Añadimos una pequeña reseña de su vida y de su obra.
San Vicente de Paúl (Pouy, actualmente llamado Saint-Vincent-de-Paul, Landas, 24 de abril de 1581 o Tamarite de Litera Huesca, 24 de abril de 1576 – París, 27 de septiembre de 1660) fue un sacerdote francés.
Es una de las figuras más representativas del catolicismo en la Francia del siglo XVII. Fue creador de las Conferencias de la Caridad en 1617, también de la Congregación de la Misión, también llamada de Misioneros Paúles, Lazaristas o Vicentinos (1625) y, junto a Luisa de Marillac, de la Compañía de las Hijas de la Caridad (1633). Fue nombrado Limosnero Real por Luis XIII, función en la cual abogó por mejoras en las condiciones de los campesinos y aldeanos.
Realizó una labor caritativa notable, sobre todo durante la guerra de la Fronda que incrementó el número de menesterosos en su país. Vicente de Paúl, en una de sus Conferencias a los Padres de la Misión y a las Hijas de la Caridad dijo:
“Los pobres son nuestros señores y maestros. Maestros de vida y pensamiento. Junto a ellos la inteligencia se esclarece, el pensamiento se rectifica, la acción se ajusta, la vida se modela desde el interior.”
Es patrón desde 1883 de todas las asociaciones de Caridad instituido por León XIII con motivo del 50 Aniversario de la fundación de las Conferencias de San Vicente de Paúl (SSVP) y considerado precursor del trabajo social.
A través de la vida, pensamiento y acción de Vicente de Paúl se descubre, ante todo, un hombre de fe profunda, viva, dinámica, firme y a la vez abierta a la vida y sus caminos, entendidos como caminos de Dios. Por eso, fue un hombre de iglesia que supo escuchar la palabra de Dios e interpretarla y vivirla simultáneamente en la realidad dura y a veces, despiadada de su tiempo.
Para conseguir todo esto, oraba profundamente. Porque la oración fue siempre su fundamento, su fuerza, su inspiración última. Pero la oración para Vicente de Paúl no era aislarse de los hombres y de sus problemas, era un encuentro con Dios. Encuentro en el que descubría de dónde le venía el amor con el que amaba a esos mismos hombres. Todo descubrimiento de Dios se convertía para él en una luz nueva, capaz de permitirle esclarecer y abordar la realidad. Y todo encuentro con la realidad se transformaba para él en una nueva búsqueda de Dios.