TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

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Desde antiguo a este domingo se le llamaba “Domingo gaudete”, o sea “alégrate”. De hecho, las lecturas de hoy comienzan así: “Alégrate, hija de Sión, grita de gozo Israel; regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén”, así dice el profeta Sofonías en la primera lectura y, en la segunda, el apóstol Pablo en la segunda lectura nos dice: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos”. Es la alegría a la que nos invita, sobre todo el papa Francisco que ya llamó así a su primera exhortación apostólica: “Evangelii gaudium”, “La alegría del evangelio”, aquí nos dice el papa que: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, por tanto, nos viene a decir que la auténtica alegría, el gozo, viene del encuentro con Cristo. Recoge lo que nos decía el profeta Sofonías: El Señor tu Dios está en medio de ti valiente y salvador. Este debe ser el motivo de nuestra alegría, el saber que el Señor que vendrá con gloria al final de los tiempos es el que vino en el centro del tiempo del tiempo y de la historia, hecho carne en las entrañas virginales de María, pero que vino para quedarse y Él mismo nos dijo: yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt. 28, 20), por eso es experimentar esa presencia de Cristo en medio de nosotros hasta la consumación de los siglos lo que tiene que ser el motivo de nuestra alegría. Para ello tenemos al Espíritu de Dios, que Jesús nos recuerda que nos envía desde el Padre para de testimonio de Cristo en nosotros y nosotros seamos testigos del evangelio.

Así es como experimentaremos la auténtica alegría, no las pequeñas alegrías que busca el mundo, como nos dice el papa en una múltiple y abrumadora oferta de consumo, en lugar de alegría esto es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada y una conciencia aislada de los demás es el origen de la tristeza más profunda.

La auténtica alegría que buscamos en este Adviento tiene que ser la alegría de la esperanza, la alegría del amor, experimentaremos cuando sepamos darnos a los demás como nos indica en casos concretos el mensaje de Juan Bautista en el evangelio, donde nos invita a estar alegres en la honradez, en el respeto, en la solidaridad, en última instancia, en el amor.

Solo así podemos esperar con gozo y con las lámparas encendidas al que nos bautizó con Espíritu santo y fuego y vendrá al final de los tiempos con el bieldo en la mano y almacenar su trigo en el granero.

Pero si queremos ser trigo de Cristo tenemos que recordar las palabras de san Ignacio de Antioquía: “Soy trigo de Dios y por dientes de fieras tengo que ser molido para ser ofrecido como pan limpio de Cristo”. O sea, tenemos que ser sus testigos allá donde vayamos con nuestra palabra, pero, sobre todo, con nuestros gestos de vida.

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