Celebramos esta solemnidad de todos los santos. Nos dice el martirologio romano:
El origen de esta fiesta hay que buscarlo en la dedicación del Panteón romano a Santa María y a todos los mártires.
A partir de ahí, diversas Iglesias, en distintas fechas, empezaron a celebrar la fiesta de todos los Santos.
Alcuino la propagó en esta fecha y, en el siglo IX, se extendió por todo el país franco.
Mucho antes que en Occidente, ya en el siglo IV, Oriente honraba a todos los Santos; la Iglesia bizantina, en particular, el primer domingo después de Pentecostés, clausurando con esta fiesta el ciclo pascual. (Nuevo Misal del Vaticano II)
Solemnidad de Todos los Santos que están con Cristo en la gloria. En el gozo único de esta festividad, la Iglesia Santa, que todavía peregrina en la tierra, celebra la memoria de aquellos cuya compañía alegra los cielos, para recibir el estímulo de su ejemplo, la alegría de su patrocinio y, un día, la corona del triunfo en la visión eterna de la divina Majestad.
Me parece interesante esta reflexión:
FLORES EN LOS CEMENTERIOS
Tradicionalmente, este día de Todos los Santos se caracteriza por la visita a los cementerios, limpiamos y llenamos de flores las tumbas y celebramos, aunque sea solo una vez al año, una especie de culto a los difuntos.
Pero esta costumbre, que tuvo su sentido, se ha ido deteriorando con el paso del tiempo. Hacemos la visita a los cementerios el día de Todos los santos y no en el día de la conmemoración de los difuntos, que es al día siguiente, además, hemos cargado esta fecha de leyendas de ánimas y aparecidos, que han sido plasmadas en la literatura y en la tradición popular, importamos fiestas de tono carnavalesco con tintes macabros, que para nada tienen que ver con lo que la Iglesia celebra en este día: El triunfo de aquellos que «han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».
Por eso creo que sí, que debemos seguir poniendo flores en los cementerios, pero únicamente las flores de la oración y del recuerdo de aquellos que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. Las flores del recuerdo de nuestros seres queridos, que han partido ya de este mundo y que nos han dejado un legado de fe y de vida que nosotros tenemos que profundizar y transmitir, recordar lo que con ellos vivimos, lo que de ellos recibimos, para que nuestro recuerdo sea una oración.
Y tener presente que esto lo hacemos, no dando culto a los difuntos, pues nosotros celebramos la vida, sino sabiendo que, aquellos cuyos restos visitamos, son los que, mientras vivían, dejaron que la Gracia de Dios actuase en ellos para incorporarse a Cristo resucitado y, así, alcanzar la santidad y, por tanto, rezar al Señor para que aquellos que nos marcaron el camino, y están ya con el Señor, intercedan por nosotros para que, siguiendo su ejemplo, también nosotros podamos incorporarnos al coro de los santos y elegidos. Los antiguos visitaban los cementerios teniendo conciencia de que aquellos, cuyos restos reposaban en aquellos campos, estaban ya con el Señor y, por eso, visitaban aquellos restos, que no eran sino un signo de lo que había sido su presencia en este mundo, una presencia marcada por el Espíritu de Dios, del que habían sido templo, del Espíritu que a lo largo de su vida los había ido incorporando a Cristo y el Espíritu que, en el momento supremo del paso de este mundo al Padre, hizo que este paso se convirtiera para ellos en una celebración pascual. Por eso, visitar los cementerios en este día, no puede ser ir solamente a poner flores, sino a vivir la comunión con aquellos que ya forman parte de la Iglesia que triunfa en Cristo resucitado, o sea, a vivir ese misterio de comunión que es la Iglesia de Jesús, ese «Pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».