DOMINGO DE RAMOS

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         Con esta celebración comenzamos la Semana Santa, la Semana Mayor, en la que, vamos a celebrar de forma intensa, el Misterio Pascual de Jesucristo. Para ello nos hemos venido preparando con intensidad, desde la oración y la austeridad penitencial a lo largo de la Cuaresma (aunque en este último tramo haya sido forzada por las circunstancias) para poder compenetrarnos ahora con los sentimientos de Cristo en su Pasión, Muerte y Resurrección. Vamos pues a comenzar hoy viviendo esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con una actitud participativa y activa, aunque sea en nuestra reclusión en casa, nos unimos en la celebración con toda la Iglesia que celebra hoy el comienzo de la Semana Santa.

REFLEXIÓN PARA ESTE DOMINGO

Siempre decimos que el Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa, pero pienso que podemos decir más bien que es el resumen de la Semana Santa pues en esta celebración contemplamos como la gloria de Dios, el triunfo de Cristo, se manifiestan en la humildad, en la pequeñez, en contra, muchas veces de nuestros planteamientos humanos.

         Jesús entra en la Ciudad Santa, la multitud le sigue y aquellas multitudes se han ilusionado con aquel galileo que les habla de un Reino de amor, de paz, de justicia, de libertad, algo que suena a músicas celestiales en los oídos de un pueblo oprimido por la tiranía de Roma y por la hipocresía de sus propios dirigentes. Esto hace que aquellas gentes le aclamen y quieran transformar su entrada en la entrada triunfal de los generales romanos en las ciudades sometidas. Ellos entienden que aquel galileo entra en la ciudad santa para establecer definitivamente ese Reino y le aclaman como Rey: ¡Hosanna al Hijo de David!, le reciben con palmas y ramos de olivo con los que alfombran las calles a su paso.

         Y es cierto, Jesús entra en Jerusalén para establecer en el mundo el Reino de Dios, pero este Reino no es el Reino que esperaban aquellas multitudes que le aclamaban como rey a su entrada en la ciudad, ellos esperaban al Rey que devolviera a Israel la grandeza del reino de David. No es eso, el Rey que entra no lo hace sobre el caballo del guerrero sino a lomos de una borriquilla, cumpliendo la profecía de Zacarías: “He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. El suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Gran Río hasta los confines de la tierra.”.

         Por ello, la entrada de Jesús en Jerusalén es para establecer un Reino de amor, de justicia, de paz y libertad que abarque hasta los confines de la tierra. Pero esto no era lo que esperaban aquellas gentes y la desilusión de unas masas manipuladas hará que los ramos de olivo se transformen en los olivos de la agonía y que las aclamaciones surgidas, en parte, por el odio a los romanos, se conviertan en gritos pidiendo al procurador de Roma la muerte aquel que aclamaban como Rey.

         Jesús no buscaba como buscan hoy tantos hombres cegados por la soberbia: El clamor de las multitudes, Él no se dejó llevar por los halagos, por las aclamaciones. Entra como Rey en la Ciudad Santa para reinar desde el servicio y desde la entrega, desde la sencillez y la humildad, algo que aquellos hombres no entendieron, estaban manipulados por las autoridades religiosas de su tiempo que no podían admitir a alguien que venía a sacarlos de sus privilegios, a romper el velo del templo, o sea a romper la distancia que existía entre Dios y el hombre. Por eso, cinco días más tarde, el viernes, las aclamaciones se cambiarán en gritos de condena que pedirán su muerte.

         Para finalizar nuestra meditación os propongo esta oración que es la letra de una canción de Francisco Palazón:

¡Gritad Hosanna!  y haceos

como los niños hebreos

al paso del Redentor!!!

Como Jerusalén con su traje festivo

vestida de Palmas, coronada de olivos

viene la cristiandad en son de romería

a inaugurar tu Pascua con himnos de alegría

Ibas, como va el sol, a un ocaso de Gloria

cantaban ya tu muerte, al cantar tu victoria.

Pero tú eres el Rey, el Señor, el Dios fuerte,

la Vida que renace del fondo de la muerte.

Tú que amas a Israel y bendices sus cantos

complácete en nosotros, el pueblo de los santos.

Dios de toda bondad que acoges en tu seno

cuanto hay entre los hombres, sencillamente bueno.

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