Un año más, con la imposición de la ceniza, comenzamos la Cuaresma, el camino hacia la Pascua, un camino marcado por una actitud profunda de conversión, por eso al recibir la ceniza se nos dice “Convertíos”, o sea cambiad. La Cuaresma es tiempo de cambios, pero no de cualquier cambio, sino que se trata de dar un giro a nuestra vida, de cambiar de mente y de corazón, de sentir de otra manera, de soñar con otros ideales, de salir de nuestro conformismo y nuestra tibieza para implicarnos, de verdad en el proyecto de Jesús.
La Cuaresma es, pues tiempo de cambios y tiempo de caminar, de peregrinación y las dos cosas se complementan. Benedicto XVI, en su primer mensaje para la Cuaresma, en el año 2006 dijo: “La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua”. Y aquí es donde tenemos que fundamentar nuestro cambio: en tomar conciencia de que Cristo camina con nosotros para que vivamos la Pascua, pero vivir la Pascua con Cristo supone salir de nuestros egoísmos, de nuestras indiferencias, de nuestra falta de compromiso, supone cambiar, cambiar para salir de nosotros mismos e implicarnos en el proyecto de Jesús, o sea implicarnos en la realidad de nuestro mundo a favor siempre de nuestros hermanos los hombres y especialmente de los más necesitados. En nuestro camino hacia la Pascua no podemos taparnos los ojos para no mirar a tantos compañeros de viaje que pasan necesidad y viven en la miseria. La limosna ha sido, tradicionalmente, una actitud típica de la Cuaresma, hoy tenemos que tomar este concepto de “limosna” en sentido amplio y traducirlo en un ejercicio vivo de la caridad, sobre todo en esta crisis terrible que estamos padeciendo y que ha sido provocada por el egoísmo desmedido de los más poderosos. Por eso, tenemos que cambiar, porque cambiando nosotros, podremos cambiar esta sociedad y sus estructuras. Este cambio supone transformar nuestra vida de familia y de trabajo, nuestra conducta cívica y social, nuestra vida entera, en un ejercicio permanente de fe y de amor fraterno para, que en esta sociedad en crisis, consigamos que la organización económica, cultural, la vivienda, el transporte, el medio ambiente, la organización social, la asistencia social y sanitaria, en una palabra, todo el conjunto de estructuras sociales, con su entramado jurídico y económico, respondan, de verdad, a la igual dignidad de todas las personas, a las justas exigencias de igualdad, participación y justicia y al deber de solidaridad. Por eso comenzamos un tiempo de reflexión, cambio y compromiso.