COLOR ESPERANZA
Comenzamos un nuevo año con la celebración del Adviento, que es, por excelencia, el tiempo de esperanza. Pero ¿Podemos hablar de esperanza hoy? Ante el desastre humano que está creando esta crisis, ante las desigualdades insultantes que se están poniendo de manifiesto en la sociedad, ante la corrupción escandalosa de muchos responsables públicos, cuando la gente ha perdido la confianza en personas e instituciones ¿Podemos hablar de Esperanza? ¿Les podemos hablar de Esperanza a los millones de parados, cuyas familias están en el umbral de la miseria?
Indudablemente es difícil hacerlo y, sin embargo, en la Iglesia, al llegar el Adviento queremos hablar de Esperanza. Y queremos hacerlo porque caminamos hacia el acontecimiento central de nuestra fe: El encuentro con Dios que viene a nuestras vidas, con un Dios que se hace pequeño, que se hace carne. Por eso caminamos con gozo a celebrar en la Navidad al que es “Dios con nosotros” y no a los ídolos del consumismo desmedido con los que nos han nublado la vista los falsos profetas al servicio de los poderes económicos y que han traído como consecuencia la desesperación que causa el ver que, no solo no podemos acceder a esto niveles de consumo, sino que llegamos a carecer de lo más imprescindible.
Por ello no podemos seguir oyendo a los falsos profetas sino ponernos en marcha, caminar en la auténtica Esperanza, que sigue siendo posible. Hace poco oía la canción de Diego Torres y me fijaba en el estribillo: “Saber que se puede, querer que se pueda quitarse los miedos sacarlos afuera pintarse la cara color esperanza, tentar al futuro con el corazón”. Tenemos que quitarnos los miedos para recibir a Jesús que viene, pero que viene hecho niño, hecho pequeño, en solidaridad con todos los hombres, pero, sobre todo con aquellos que, como él al nacer, no tienen sitio en la posada, con los que hoy también tienen que refugiarse en grutas y pesebres porque han sido víctimas del egoísmo y la injusticia de los poderosos, de la persecución de los Herodes de hoy que, con un egoísmo insaciable, se ensañan con los más débiles.
Por eso, solo si iniciamos el adviento siendo solidarios con los más débiles, igual que el Hijo de Dios se hizo solidario de la humanidad, si sabemos reconocer el rostro de Cristo en el rostro del hermano es como podremos pintarnos la cara “color esperanza” y hacer que tantos hermanos nuestro que caminan entre las tinieblas de la desesperación en las que les han sumergido los egoísmos y las injusticias de los poderosos, puedan ver también una luz de esperanza.
Solo viviremos de verdad el Adviento y prepararemos con gozo la Navidad si nos preocupamos, por encima de todo, de ser esperanza para nuestros hermanos. Dispongámonos a ello en este año que comienza.
Decía Pedro Laín Entralgo:
“La vida del cristiano es y tiene que ser vida en esperanza. Esta esperanza adoptará muy diversas figuras: será impaciente y conturbada cuando los hombres entiendan demasiado literalmente ciertas expresiones del evangelio o cuando crean próximo el fin de los tiempos; confortará serena y humildemente el alma de los santos a lo largo de su existencia terrena; quedará en ocasiones obnubilada por la espera de tal o cual realidad temporal; cederá el paso si alguna vez desfallece, a la congoja de la desesperación; pero nadie podrá llamarse cristiano sin sentirla de algún modo en el fondo de su ser”.