DOMINGO II DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA

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PALABRA DE DIOS

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles.

Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.

Todo el mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.

Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.

Salmo

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia

Diga la casa de Israel:

eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:

eterna es su misericordia.

Digan los fieles del Señor:

eterna es su misericordia. R/.

Empujaban y empujaban para derribarme,

pero el Señor me ayudó;

el Señor es mi fuerza y mi energía,

él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria

en las tiendas de los justos. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente.

Éste es el día que hizo el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.

Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un Poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, má preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.

Lectura del santo evangelio según san Juan.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

«Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

«Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:

«Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

REFLEXIÓN

         Nos recuerda el evangelio que los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos, han vivido la experiencia de la persecución, el arresto del Maestro y de la Cruz y esto fue para ellos algo que los descentró, un escándalo, habían confiado plenamente en el Maestro y este les había fallado. Es cierto que les había anunciado cuál iba a ser su destino pero ellos no lo habían entendido, el mismo Pedro se había escandalizado. Y como todavía no han recibido el Espíritu, todo esto los tiene paralizados por el miedo, con las puertas cerradas.

Entonces Jesús aparece en medio de ellos y nos dice el evangelio que se llenaron de alegría al ver al Señor, es la alegría de la Pascua, el gozo del discípulo que se encuentra con el Resucitado, a continuación el Señor les desea la Paz, esta paz es el primer don de la Pascua por eso los apóstoles son enviados con la fuerza del Espíritu para ser constructores de paz.

En esta primera aparición del primer día de la semana no estaba Tomás con ellos y este no quiere creer si no experimenta personalmente la presencia de Jesús y a los ocho días el Señor se manifiesta nuevamente en medio de ellos, esta vez estando Tomás y el Señor le reprocha a este el no haber creído el testimonio de sus hermanos, entonces Tomás, cuando toca las llagas, las cicatrices del dolor y de la muerte es capaz de hacer la confesión de fe más perfecta de todo el Nuevo Testamento: Señor mío y Dios mío. Es la confesión de la fe pascual a la que sigue una bienaventuranza que cierra el relato: Dichosos los que crean sin haber visto. Con estas palabras declara bienaventurados, dichosos a los que no se queden buscando los motivos sensibles de credibilidad sino que, desde la fe busquen el encuentro con el Resucitado.

Esta fe confesada por Tomás es la fe de la Iglesia que es el pueblo que nace de la Pascua, la proclamación del mensaje pascual y su aceptación es lo que crea la comunidad, la Iglesia que ha sido enviada con la fuerza del Espíritu a hacer visible el rostro de Cristo ante todos los hombres. Somos nosotros hoy ese pueblo enviado a anunciar el mensaje pascual y, para ello, tenemos que recordar lo que nos dice la primera lectura de la actuación de aquella primera comunidad:  Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Quizá hoy, la vida común no sea posible, pero no podemos perder de vista que somos “Pueblo reunido” como nos dice el último concilio y en este pueblo tenemos que vivir la comunión en todo su sentido y hacerlo desde la escucha de la Palabra de Dios y desde la celebración de la Eucaristía (Fracción del Pan). Así podremos realizar en nuestra vida los signos de sanación y liberación que Jesús realizaba y nuestro mensaje podrá ser creíble: Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Así también si somos capaces de hacer, como los apóstoles, que acudamos a compartir lo nuestro para satisfacer las necesidades de nuestros hermanos, entonces también los hombres y mujeres de nuestro tiempo podrán ir, por nuestro testimonio, al encuentro de Cristo resucitado.  

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