DOMINGO III DE PASCUA

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PALABRA DE DIOS

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles

El día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:

«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.

A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él:

“Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.

Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.

Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.

Palabra de Dios

Salmo

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,

mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,

hasta de noche me instruye internamente.

Tengo siempre presente al Señor,

con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,

se gozan mis entrañas,

y mi carne descansa esperanzada.

Porque no me abandonarás en la región de los muertos,

ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,

me saciarás de gozo en tu presencia,

de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro.

Queridos hermanos:

Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Evangelio.

Lectura del santo evangelio según san Lucas

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:

«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».

Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:

«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

Él les dijo:

«¿Qué?».

Ellos le contestaron:

Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.

Entonces él les dijo:

¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?.

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.

Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

REFLEXIÓN – MEDITACIÓN

El evangelio de san Lucas nos presenta en este domingo el episodio de los “discípulos de Emaús”. Dos de los discípulos que han seguido al maestro y han sufrido en sus vidas el “escándalo” de la cruz. Se van de camino, abandonan, no es difícil entrar en sus ánimos: la decepción invade sus espíritus, el Maestro, aquel rabbí de Galilea en quien habían puesto sus ilusiones y esperanzas les ha defraudado, aquel que iba a establecer un nuevo Reino en Israel ha sido declarado blasfemos por el sacrosanto Sanedrín de Israel y condenado a muerte, por revolucionario, por los paganos. Sus esperanzas se han truncado: “Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió”. ¿Cuál es el problema? Pues que muchas veces queremos hacernos Mesías a nuestra medida, el Mesías anunciado por los profetas no es el que viene a establecer un Reino por las armas, por la fuerza, a restaurar el gran Israel de David.

¿Qué nos está pasando ahora a nosotros? Estamos padeciendo una tragedia a nivel mundial, una desolación que está azotando a la humanidad entera que está trayendo dolor y sufrimiento a las familias, que se está cobrando vidas humanas y nuestra reacción es también la de los de Emaús: ¿Cómo es que Dios consiente esto? ¿Qué está haciendo la Iglesia?, yo ya no puedo creer en un Dios que consiente que mueran inocentes, la típica pregunta: ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? Y, en última instancia es que somos hombres de poca fe.

Pero Jesús es el Pastor que deja noventa y nueve ovejas en el campo para ir a buscar a la que se había perdido y ve que aquellos discípulos están a punto de perder la esperanza. Por eso va a su encuentro, les pregunta y ellos le manifiestan su desilusión: “Nosotros creíamos…”. Entonces es cuando Jesús les manifiesta qué es el auténtico mesianismo: “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” y abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras

Es lo que tenemos que hacer nosotros, es necesario un encuentro asiduo con la Palabra de Dios para encontrar a Cristo como respuesta a los urgentes interrogantes de los hombres, a sus dudas y desesperanzas ante el dolor y la muerte. Todas las Escrituras dan testimonio de él y alientan la esperanza del hombre en el silencio y en la Escritura está nuestra fortaleza ante las situaciones más complicadas.

Este recuerdo de las Escrituras ha iluminado sus corazones y al atardecer llegan a su pueblo y allí invitan a aquel peregrino que camina con ellos, al que no han reconocido pero que les ha abierto los oídos y el corazón a la Palabra de Dios, aquel acepta su hospitalidad y cuando se disponen a cenar, nos dice el texto evangélico: “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”.

Por ello, la Palabra de Dios de este domingo nos anima a reconocer a Cristo resucitado en la proclamación de su Palabra y en la Fracción del Pan, o sea, en la Eucaristía. Pero hay un aspecto que no puede pasarnos desapercibido, cuando llegan a su aldea, lo acogen en su casa, son hospitalarios con el forastero, por eso tenemos que tener claro que al Resucitado lo reconoceremos el escucha de la Palabra, en la Fracción del Pan y en la práctica viva de la caridad, la acogida la hospitalidad… etc. Nunca lo conoceremos en aspiraciones terrenas, en falsas esperanzas, en hacernos un Cristo particular, a nuestra medida.

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