El 21 de septiembre celebramos a san Mateo evangelista que parece ser que nació en Cafarnaún, y, cuando Jesús lo llamó, ejercía el oficio de recaudador de impuestos. Es llamado también en el evangelio, Leví.
Fue por profesión un publicano, o recaudador de impuestos para los Romanos. Entre los judíos, estos publicanos fueron más infames y odiosos porque recaudaban impuestos para los paganos, que los utilizaban para fomentar el culto al emperador, o sea a favorecer la idolatría. Por ello los judíos los aborrecían universalmente, veían sus propiedades o dinero como fortunas de ladrones, les prohibieron su comunión y participación en sus actividades religiosas, al igual que de todos eventos de la sociedad cívica y de comercio. San Mateo fue Judío, aunque un publicano.
Jesús, habiendo últimamente curado a un paralítico, salió de Cafarnaúm. Aquí observó a Mateo que realizaba su trabajo de cobro de peaje y le llamó a venir y a seguirle. El hombre era rico, disfrutaba de un sueldo lucrativo, era un hombre sabio y prudente, y entendía perfectamente lo que seguir a Jesús le costaría. Pero no tuvo miramientos y dejó todos sus intereses y relaciones para hacerse un discipulo del Señor.
San Jerónimo dice que un cierto aire de majestad brilló en Nuestro Divino Redentor, y traspaso su alma y lo atrajo fuertemente. Este apóstol, a la primera invitación, rompió todas ataduras; dejo sus riquezas, su familia, sus preocupaciones del mundo, sus placeres, y su profesión. Su conversión fue sincera y perfecta.
Después de la ascensión de Nuestro Señor, San Mateo predicó por varios años en Judea y en los países cercanos hasta la dispersión de los apóstoles.
San Ambrosio dice que Dios le abrió el País de los Persas. Rufinus y Sócrates nos dicen que el llevo el evangelio a Etiopía, significando probablemente las partes Sur y Este de Asia. San Paulino menciona que el terminó su curso en Parthia.
Se le atribuye la autoría del primer evangelio y murió mártir.
(Fuente: corazones.org)