VIERNES SANTO – CELEBRACIÓN DE LA MUERTE DEL SEÑOR

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PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA

Aunque sea de una manera tan especial celebramos un año más, el Viernes Santo, celebramos la pasión y muerte del Señor. Jesús nos entrega su vida. Ha venido dando lo que era y tenía; y ahora nos da lo único que le queda: su propia vida. Ha sido fiel a la voluntad de Dios, un Padre que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, sino que tengan vida en abundancia. Ahora, en un gesto definitivo de amor y de fidelidad nos entrega la vida. La cruz, patíbulo de humillación y de muerte es, desde ahora, lugar de gracia y de vida. Muriendo en ella, Jesús destruyó la muerte y nos abrió el camino de la vida. Vemos, a continuación, la Palabra de Dios proclamada en este Viernes Santo.

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías.

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.

Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Palabra de Dios

Salmo responsorial

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo:

no quede yo nunca defraudado;

tú, que eres justo, ponme a salvo.

A tus manos encomiendo mi espíritu:

tú, el Dios leal, me librarás.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Soy la burla de todos mis enemigos,

la irrisión de mis vecinos,

el espanto de mis conocidos:

me ven por la calle, y escapan de mí.

Me han olvidado como a un muerto,

me han desechado como a un cacharro inútil.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Pero yo confío en ti, Señor;

te digo: «Tú eres mi Dios».

En tu mano están mis azares:

líbrame de los enemigos que me persiguen.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,

sálvame por tu misericordia.

Sed fuertes y valientes de corazón,

los que esperáis en el Señor.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos:

Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno. Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas, entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:

–¿A quién buscáis?

C. Le contestaron:

S. –A Jesús, el Nazareno.  

C. Les dijo Jesús:

–Yo soy.

C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

–¿A quién buscáis?

C. Ellos dijeron:

S. –A Jesús, el Nazareno.

C. Jesús contestó:

–Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos.

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

–Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a

beber?

C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».

Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:

S. –¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?

C. Él dijo:

S. –No lo soy.

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:

–Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho.

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. –¿Así contestas al sumo sacerdote?

C. Jesús respondió:

–Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

S. –¿No eres tú también de sus discípulos?

C. Él lo negó, diciendo:

S. –No lo soy.

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. –¿No te he visto yo en el huerto con él?

C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

S. –¿Qué acusación presentáis contra este hombre?

C. Le contestaron:

S. –Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.

C. Pilato les dijo:

S. –Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.

C. Los judíos le dijeron:

S. –No estamos autorizados para dar muerte a nadie.

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. –¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús le contestó:

–¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

C. Pilato replicó:

S. –¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?

C. Jesús le contestó:

–Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

C. Pilato le dijo:

S. –Entonces, ¿tú eres rey?

C. Jesús le contestó:

–Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

C. Pilato le dijo:

S. –Y ¿qué es la verdad?

C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:

S. –Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

C. Volvieron a gritar:

S. –A ese no, a Barrabás.

C. El tal Barrabás era un bandido.

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

S. –¡Salve, rey de los judíos!

C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. –Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. –He aquí al hombre.

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

S. –¡Crucifícalo, crucifícalo!

C. Pilato les dijo:

S. –Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.

C. Los judíos le contestaron:

S. –Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:

S. –¿De dónde eres tú?

C. Pero Jesús no le dio respuesta.

Y Pilato le dijo:

S. –¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?

C. Jesús le contestó:

–No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. –Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César.

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo «Gábbata»). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.

Y dijo Pilato a los judíos:

S. –He aquí a vuestro rey.

C. Ellos gritaron:

S. –¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Pilato les dijo:

S. –¿A vuestro rey voy a crucificar?

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. –No tenemos más rey que al César.

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice «Gólgota»), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «JESÚS, EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS».

Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

S. –No escribas «El rey de los judíos», sino: «Este ha dicho: soy el rey de los judíos».

C. Pilato les contestó:

S. –Lo escrito, escrito está.

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

S. –No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca.

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:

–Mujer, ahí tienes a tu hijo.

C. Luego, dijo al discípulo:

–Ahí tienes a tu madre.

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

–Tengo sed.

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

–Está cumplido.

C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Palabra del Señor

MEDITACION ANTE LA CRUZ

Siempre he dicho en la homilía de este día, que no es el momento de grandes sermones, de grandes elocuencias, sino que es tiempo de escucha la Palabra de Dios, de contemplación de la Cruz del Señor. La Cruz que es la expresión suprema del amor de Dios, esta es la raíz profunda que ilumina y da su sentido a lo que está ocurriendo en el Calvario. El poder de Dios misericordioso se revela especialmente en la Cruz. Los milagros realizados por Jesús eran sólo un pálido anticipo. Cuando en la celebración del Viernes Santo, la comunidad congregada canta: ¡Victoria, tu reinarás; oh Cruz tú nos salvarás!, recoge la más profunda significación de la Cruz. La Cruz no es un fracaso sino una victoria.

Si Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre, es necesario anunciar a los hermanos que en la Cruz se produce el más auténtico y genuino encuentro con Dios. Que Dios a los que ama los prueba, como un buen Padre que es. Vemos en la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, que, por los sufrimientos, Jesús aprendió a obedecer y encontrarse con la voluntad genuina de Dios. Y eso se produce en sus discípulos. El creyente es un testigo vivo, en medio del mundo, del amor de Dios desde y en la cruz dolorosa y gozosa. Sólo el creyente puede transmitir esta sabiduría y poder del amor de Dios. Y el mundo lo necesita y más en las circunstancias actuales.

Por eso, para ser discípulo de Cristo hay que renunciar a todo (incluso a sí mismo), tomar su Cruz y seguirle, para ser discípulos de Jesús es necesario permanecer fieles a su Palabra que es la verdad y que es la única que proporciona la libertad. Sólo se puede amar al otro de verdad en la dimensión de la Cruz, es decir, cuando se descubre y se experimenta el amor que el Padre nos tiene a todos los hombres. Por eso podemos comprender la fuerza liberadora de la Cruz.

Pero, por encima de todo, nuestra actitud en este Viernes Santo tiene que ser una lectura despacio, meditativa, atenta de este largo relato de la Pasión, porque lo realmente importante es la meditación de la Palabra de Dios. Es importante también ponernos ante la Cruz del Señor con las palabras de la liturgia: “Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”.

ORACION UNIVERSAL

Otro de los momentos centrales de la celebración es la oración universal. Es el día en que la Iglesia pide por todos los hombres, ministros, laicos creyentes y no creyentes y este año de una manera especial por las víctimas del COVID – 19.

I. Por la santa Iglesia

Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, que en Cristo manifiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor, para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

II. Por el papa

Oremos también por nuestro santo padre el papa Francisco, para que Dios, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja para bien de la Iglesia como guía del pueblo santo de Dios.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna todas las cosas, atiende bondadoso nuestras súplicas y guarda en tu amor a quien has elegido como papa, para que el pueblo cristiano, gobernado por ti, progrese siempre en la fe bajo el cayado del mismo pontífice.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

III. Por todos los ministros y por los fieles

Oremos también por nuestro obispo Vicente, por todos los obispos, presbíteros y diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios.

Oración en silencio:

DIOS todopoderoso y eterno, cuyo Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia, escucha las súplicas que te dirigimos por tus ministros, para que, con la ayuda de tu gracia, todos te sirvan con fidelidad.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

IV. Por los catecúmenos

Oremos también por los catecúmenos, para que Dios, nuestro Señor, les abra los oídos del espíritu y la puerta de la misericordia, de modo que, recibida la remisión de todos los pecados por el baño de la regeneración, sean incorporados a Jesucristo, nuestro Señor.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, que haces fecunda a tu Iglesia dándole constantemente nuevos hijos, acrecienta la fe y la sabiduría de los (nuestros) catecúmenos, para que, al renacer en la fuente bautismal, sean contados entre tus hijos de adopción.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

V. Por la unidad de los cristianos

Oremos también por todos aquellos hermanos que creen en Cristo, para que Dios, nuestro Señor, asista y congregue en una sola Iglesia a cuantos viven de acuerdo con la verdad.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, que vas reuniendo a tus hijos dispersos y velas por la unidad ya lograda, mira con amor a la grey de tu Hijo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad congregue a los que consagró un solo bautismo.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

VI. Por los judíos

Oremos también por el pueblo judío, el primero a quien habló el Señor Dios nuestro, para que acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abrahán y su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera Alianza llegue a conseguir en plenitud la redención.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

VII. Por los que no creen en Cristo

Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, encuentren el camino de la salvación.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo encontrar la verdad al caminar en tu presencia con sincero corazón, y a nosotros, deseosos de ahondar en el misterio de tu vida, ser ante el mundo testigos más convincentes de tu amor y crecer en la caridad fraterna.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

VIII. Por los que no creen en Dios

Oremos también por los que no conocen a Dios, para que merezcan llegar a él por la rectitud y sinceridad de su vida.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que, deseándote siempre, te busquen y, cuando te encuentren, descansen en ti, concédeles, en medio de sus dificultades, que los signos de tu amor y el testimonio de las buenas obras de los creyentes los lleven al gozo de reconocerte como el único Dios verdadero y Padre de todos los hombres.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

IX. Por los gobernantes

Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios, nuestro Señor, según sus designios, los guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los hombres.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, en tu mano están los corazones de los hombres y los derechos de los pueblos, mira con bondad a los que nos gobiernan, para que en todas partes se mantengan, por tu misericordia, la prosperidad de los pueblos, la paz estable y la libertad religiosa.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

IX b. Por quienes sufren en tiempo de pandemia

Oremos también por todos los que sufren las consecuencias de la pandemia actual: para que Dios Padre conceda la salud a los enfermos, fortaleza al personal sanitario, consuelo a las familias y la salvación a todas las víctimas que han muerto.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, singular protector de la enfermedad humana, mira compasivo la aflicción de tus hijos que padecen esta pandemia; alivia el dolor de los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge en tu paz a los que han muerto y, mientras dura esta tribulación, haz que todos puedan encontrar alivio en tu misericordia.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

X. Por los atribulados

Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todos los errores, aleje las enfermedades, destierre el hambre, abra las prisiones injustas, rompa las cadenas, conceda seguridad a los caminantes, el retorno a casa a los peregrinos, la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.

Oración en silencio.

DIOS todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fuerza de los que sufren, lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan en su tribulación, para que todos sientan en sus adversidades el gozo de tu misericordia.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Vivamos con fe y devoción este Viernes Santo, en comunión con toda la Iglesia. Sabiendo que, aunque no estemos juntos físicamente, estamos unidos profundamente en la comunión y, por tanto, en la oración y en la contemplación del Misterio de Cristo.

[Sería conveniente, como os decía al final de la meditación, ponernos ante un crucifijo con las palabras de la liturgia: “Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”.

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