JUEVES SANTO – HORA SANTA

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HORA SANTA

Este año no podemos reunirnos ante el Monumento para la meditación de la Hora Santa ante el Santísimo. Os dejo el esquema que íbamos a desarrollar en la Iglesia para que lo podáis hacer en vuestras casas.

Ambientación inicial.

            Después de la celebración de la Cena del Señor, ahora pasamos con Jesús al otro lado del torrente Cedrón y queremos permanecer en su presencia. Permanecer, una hora o el tiempo que podamos. Permanecer, porque Cristo permanece, y su palabra permanece, y su entrega permanece. La Eucaristía no debe terminar con el «Id en paz». Su amor hasta la muerte, su pasión y su resurrección permanecen.

            Estamos en la presencia del Señor. Él nos mira, nos sonríe y nos agradece, a cada uno de nosotros. Siéntete mirado y bendecido por el Señor. Y ábrele tu corazón. No hables mucho, escucha, aunque solo sean los latidos de Dios.

            Dicho de otra manera: déjate amar. Su presencia es gracia, regalo, fuerza y consuelo. Estar aquí, aunque sea tarde, no es un sacrificio, es una predilección.

Actitudes para este tiempo de contemplación ante la eucaristía.

Podíamos decir como Yahvé a Moisés: Descálzate, porque el terreno que pisas es sagrado, nosotros tenemos que decirnos a nosotros mismos: descalza tu espíritu, pues solo los limpios de corazón verán a Dios.

Mantén una actitud de escucha de la Palabra de Dios, pues hemos venido a orar y solo podremos hacerlo en la medida que escuchemos la Palabra.

Sabemos que, como decía Teresa de Ávila, orar es “tratar de amistad con quien sabemos que nos ama” (Sta. Teresa); por tanto, en este momento de paz y contemplación, vamos a establecer este diálogo con el Señor para exponerle lo que piensas, lo que quieres, lo que sueñas, para compartir ilusiones y pesares.

Y, sobre todo en este momento vamos a mantener una actitud de ADORACION. Nos decía el papa Benedicto XVI que “La adoración es la continuación de la celebración, la prolonga e intensifica”. Por eso, adorar es fundir nuestra voluntad con la suya. Adorar es recostar la cabeza en el pecho de Cristo y sintonizar con los latidos de su corazón. Adorar es reconocer nuestra pequeñez radical y contemplar asombrados la presencia eucarística del Señor; es una comunión espiritual, salir de sí y perderse en él. Adorar es acercarse al fuego y dejarse quemar. Adorar es moldear tu imagen con la de Cristo.

Por eso en este momento de adoración, reflexión y escucha de la Palabra de Dios, entrégate, ponte en sus manos, para que el Señor se sirva de ti como pequeño instrumento.

Oremos:

En esta noche de soledad y de dolor, quédate con nosotros Señor, porque somos débiles y nos sentimos solos, porque muchas veces nos pueden las tinieblas del mundo y sentimos el frío de la tentación, Señor mantennos unidos contigo y con los hermanos. para que no nos perdamos, para que no nos hundamos, Quédate con nosotros Señor.

Ambientación de la palabra.

            Ahora, en el silencio de la noche y ante la Eucaristía vamos a escuchar y meditar la Palabra de Dios, acompañando al Cristo de Getsemaní pidiéndole que no nos durmamos como los apóstoles y hagamos que esta Palabra llene nuestro corazón.

Primera lectura.

Lectura del santo evangelio según san Juan.

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. 2.Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. 3.Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. 4.Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. 5.Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. 6.Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. 7.Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. 8.La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. 9.Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.”

Palabra del Señor.

• Silencio meditativo.

Sugerencias para la meditación

Entresacamos tres aspectos de esta hermosa alegoría de la vid y los sarmientos:

Intimidad. Permanencia. Fecundidad.

1. Intimidad

            El sarmiento vive de la savia que le proporciona la vid. Esta savia es Cristo. Llega a los sarmientos a través de la Palabra, de la oración, de los sacramentos. Llega especialmente por la Eucaristía. Es Cristo que vive en mí.

            A esta savia la podemos llamar también Espíritu Santo, que es la vida y el aliento de Jesús. El Espíritu es el que nos marca y esponja en Cristo, el que reza en nosotros, el que ama en nosotros, el que sufre en nosotros… Es nuestra mayor intimidad. Bebamos con gozo la sobria embriaguez del Espíritu.

Silencio meditativo

2. Permanencia

            El texto pone el acento en esta dimensión. La vida en Cristo no puede ser a corto plazo, en momentos esporádicos; es a perpetuidad. Si en algún momento te separas de Cristo, te mueres. Permanente ha de ser el amor. Así ha de ser todo amor auténtico. «Amistad que pueda perderse nunca fue verdadera» (S. Jerónimo). El amor a Cristo debe estar en la misma línea que el que Cristo nos tiene a nosotros. Si alguna vez dejara de amarnos, moriríamos. Lo mismo debemos decir de la oración, que es el aliento de esta vida. No puedo dejar de respirar.

Silencio meditativo.

3. Fecundidad

            Los sarmientos no están ahí para lucirse, ni para sobrevivir, sino para dar frutos. Y si reciben muchos cuidados, es para que los frutos sean abundantes y dulces. El viñador se ha esmerado en el cultivo de su viña. El viñador Jesús. Abonó y regó a su viña hasta con su propia sangre.        Se sabe que una vida o un frutal de buenos frutos necesita ser podado: cortar lo que sobra, el follaje, lo que se desvía. Pero la poda, implica mutilación, dolor, o sea, la cruz.

Silencio meditativo.

Segunda lectura.

Lectura del santo evangelio según san Marcos.

“Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración.» .Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.» .Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. .Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.» .Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? .Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.».Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras..Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sabían qué contestarle..Viene por tercera vez y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca.»”.

            Palabra del Señor

Getsemaní es la gran tentación de Jesús, Él ve lo que se le viene encima y tiene miedo, su humanidad se estremece llegando a sudar gotas de sangre y se agarra al amor del Padre, grita entre lágrimas al Padre que le libre de esta hora, que le repugna el cáliz que ha de beber… Es la gran tentación, la tentación de la Iglesia, la tentación de todos nosotros, de la que le pedimos al Padre que nos libre: dejarnos vencer por el miedo y abandonar, fue la tentación de Jesús y así manifiesta la realidad y grandeza de su humanidad y así, cuando yo experimente la tentación pueda recordar que Jesús también la experimentó. Pero Él que había dicho: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”, permanece fiel, también en la agonía suprema de Getsemaní: “No se haga mi voluntad sino la tuya”.

Que también nosotros, hasta en los momentos más duros y difíciles en nuestro Getsemaní particular sepamos decir: “Aquí estoy ¡oh Dios! para hacer tu voluntad”.

Silencio meditativo.

Finalizamos con la oración que Jesús nos enseñó. Padre nuestro….

Oración final: Ponemos todo el sufrimiento humano ante ti, que aquí sufriste, rezaste, gritaste y lloraste para ofrecer a todos la fuerza y el consuelo. A ti que vives y reinas…

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